27/2/07

De los libros sobre Gardel, la musa canyengue y otras yerbas gardelianas


Por Carlos G. Groppa


Extrana historia de un libro -¿uno más?- sobre el Cantor de la Sonrisa Eterna.


Curioseando por los pasillos de la librería Samuel French de Sunset Blvd., especializada en la industria del espectáculo, me topé con un estante de piso a techo y casi dos metros de ancho repleto de libros sobre Shakespeare, un tío cuyos dramas aún se discuten si los escribió él o Jonson, si "El Mercader de Venecia" lo copió de un cuento del italiano Giovanni Fiorentino incluido en "Il Picorone" (1378), si nació en Stratford-on-Avon, si le dio vuelta a las obras de los dramaturgos griegos o si en realidad existió.

No sé si fue la abrumadora cantidad de sus libros, la voz de sombra de la cajera, el retrato de Stavinsky junto al de Don Bosco y Napoleón colgando en la literaria pared detrás de ella o ese no se qué que hace que uno ligue cualquier cosa con cualquier otra, la cuestión fue que en ese momento ligué a Shakespeare con Gardel. Nada que ver, ¿verdad?. Pues no tanto. La cantidad de libros, artículos y páginas llenadas en pasquines ilustrados o cibernéticos que se escribieron y aún se escriben sobre el cantor de la eterna sonrisa iguala o sobrepasa a los de Shakespeare. Lo cual está bien, sobretodo si aportan algo. Pero si esto ocurre con los del bardo inglés, no me interesa, sólo lo de Gardel me importa, ya que, salvo un par de pares de excepciones, el resto de los que escriben sobre el Mudo se limitan a inventar, o repetir con distintas palabras, para no delatar la copia, siempre lo mismo. Toulouse, el Abasto, Gardel-Razzano, Mi noche triste, Paris, el cine, Medellín..., todo mechado con algunos datos pintorescos, generalmente sacados de la manga del autor, y nada más.

Estos pensamientos aún daban vuelta en mi cabeza cuando entré en el Starbucks de Sunset Blvd. a tomar un café y leer tranquilamente un email de una vieja amiga que había copiado sin leerlo.

Pues bien, no pude hacerlo. Al instante de depositar el café sobre la mesa, como si la barita mágica del Mago de Oz hubiera golpeado la puerta del lugar, apareció Poroto Domínguez y se sentó frente a mí.

-Flaco, ¿qué haces aquí? -me dijo como saludo, cuando en realidad tendría que haber sido yo el que se lo preguntara, que vivo aquí a la vuelta, y no él, que vive del otro lado de las colinas de Hollywood-. Esta manana te llamé... -Lo sabía, porque no levanté el tuvo cuando oí su voz dejar un mensaje en el contestador-. Quería verte para obsequiarte mi último libro...

-Espero que así sea... - le dije abriendo la boca por primera vez y sin emoción alguna conociendo sus coqueteos con la musa canyengue.

Y sin darse por aludido, con una sonrisa de ufano triunfo dibujada en su rostro, Poroto depositó junto a mi café el libro que tenía en la mano. "Gardel, antes y después" rezaba su título. Nuevamente Shakespeare y Gardel se unieron en mi mente. ¡Otro libro más sobre Gardel! ¡Justo hoy, que vi en el Times la edición de otro libro sobre Shakespeare! ¿Pero es que no hay suficientes? ¿Qué podía aportar este salame sentado frente a mí a la suculenta bibliografía gardeliana que ya no lo hayan dicho antes mentes más lúcidas?

Debo aclarar que los antecedentes tangueros de Poroto Domínguez son magros. Es historiador -al menos así se presenta-, hizo una edición personal de un libros de poesías lunfardas, y escribe glosas de tangos para una adición radial de Miami.

-Flaco, esta bio es la definitiva...

No le contesté. Sólo me limité a hojear el índice. Una vez más, siempre lo mismo: Toulouse, el Abasto, Gardel-Razzano, Mi noche triste, Paris, el cine, Medellín...

-¿Por qué tú, y muchos otros -le dije tratando de mantener la clama-, en vez de copiarse de Gobello, no escarban más allá de lo trillado y aportan una investigación más a fondo sobre hechos desconocidos, ocultos, incluso de esos que nadie quiere hablar, del cantor que se convirtió en emblema de un pueblo y rey del tango?

Como ser: Gardel, al igual que Valentino, se vestía en Londres, pero dado que Gardel no hablaba inglés, nadie se ocupó de investigar cómo se entendía con su sastre, qué telas elegía, qué hacía mientras esperaba que le confeccionaran la ropa... Por el contrario, de Velentino se sabe vida y milagro de sus pasos en Londres: donde comía, donde se alojaba, que películas vio, el nombre del sastre, cuantas camisas compró... O sea que de los que se dicen biógrafos de Gardel, ninguno se ocupó de esas bagatelas que, al fin de cuentas, dicen mucho más de su vida que su acta de nacimiento.

Gardel filmó ocho películas entre París y New York. Mientras hubo testigo vivos, ¿alguien viajó a esas ciudades a entrevistarlos y saber quién lo maquillaba, si se peinaba solo o con el peluquero del estudio, qué gomina usaba cuando no había Brancato a mano, qué hacía entre escena y escena? ¿Cambiaba ideas con los directores, le corregía los libretos a Le Pera, se metió con los escenógrafos, las extras...? Nada. Solo una larga apatía biográfica. En cambio de Bela Lugosi, que unos aZos antes había filmado "Drácula" en el mismo estudio y muchos de sus decorados fueron utilizados en las películas de Gardel, no sólo se saben todos sus movimientos durante la filmación, sino también las medidas del ataúd dentro del cual solía dormir la siesta.

Cuenta el escritor F. García Jimenez que la esposa de Razzano preparaba unas ravioladas que Gardel disfrutaba en extremo. ¿El o alguien más averiguó si Gardel la ayudaba a prepararlos, si tomaba una copita de vino antes de sentarse a la mesa, si le gustaba cocinar o sólo morfaba lo que otros preparaban?... Buen tema para escribir un libro de "Cocina Gardeliana" que, de editarse, sería de fácil venta, quizás más fácil que otra bio de Gardel.

De Isabelita y todas las otras "femme fatals" con las que se le atribuyen romances a Gardel, los exégetas del cantor no fueron más allá de dar sus nombres y algunos datos no comprometedores sacados de reportajes periodísticos. Sin embargo tiene que haber mucha información desparramada por ahí en archivos y documentos que vale la pena descubrir. Solo basta con desempolvarlos -¿quizás sea mucho trabajo para encontrar la temida verdad?-, como hicieron con Helena. Otro tipo de historiadores menos gardelianos determinaron que la descocada espartana tenía un hermoso par de tetas, lo suficientemente notable como para hacer que Paris se la "piantara" a Menalao, se la llevara a Troya e hiciera arder la ciudad. Es más, se sabe que de las siete (nueve) Troyas encontradas, apiladas una sobre la otra, sepultadas por sucesivos cataclismos, la que ardió fue la cuarta. Lo más notable del caso es que estos acontecimientos ocurrieron antes que se inventara la imprenta, la fotografía, los noticieros de televisión, el Alma que Canta, las revistas de chismes del ambiente... Y para remate, son acontecimientos ocurridos antes de Cristo y cinco mil aZos antes de que Gardel naciera.

¿Es tan difícil aportar algo nuevo sobre Gardel, algo extra a lo repetitivo ya escrito? ¿Por qué nadie escarba un poco más allá? ¿O es que no se quiere saber más para así seguir alimentando el mito con fantasías y especulaciones? Elvis Presley también es un mito y sin embargo, sin especular mucho se sabe como murió en el baZo de Graceland, a pesar de que la puerta estaba cerrada con llave y no había testigos presentes en ese momento. Ávidos historiadores determinaron que Elvis falleció de un ataque al corazón después de evacuar sus intestinos y al inclinarse para alcanzar un rollo de papel higiénico.

Gardel realizo siete viajes ultramarinos, viviendo aproximadamente, entre ida y vuelta, unos ocho meses a bordo. ¿Se mareaba, comía con el capitán, paseaba por cubierta, hacía levantes, cantaba, bajaba en los puertos que tocaba el barco...? Sigamos poniendo más puntos suspensivos mientras los biógrafos de Cole Porter, compositor contemporáneo de Gardel, saben hasta sus más secretos movimientos durante sus viajes a París.

Nada de estos interrogantes gardelianos insinuaba el índice del libro de Poroto Domínguez. En su descargo, debo confesar que estaba cuidadosamente impreso. No era uno de esos libros con correcciones de puZo y letra del autor, editados por inescrupulosos imprenteros -que se hacen llamar editores-, que le cobran al autor la mitad de la impresión y encima le dan por liquidadas las regalía con cien ejemplares que el autor no sabe qué hacer con ellos.

-¿Para qué lo escribiste? -le pregunté mirándolo serio a los ojos- ¿Se lo copiaste a Gobello, a Simon Collier?... Porque francamente, después de lo que escribieron ellos y algún otro, el resto de lo que se escribe sobre Gardel, como sobre Shakespeare, es puro bla, bla...

-Pero, che, a vos nada te viene bien.

-Te equivocas. Lo que me viene bien es un libro escrito por gente inteligente, con inquietudes, un buen plato de pasta y las mujeres veloces. Dime, si quieres escribir sobre tango, ¿por qué no te ocupas de Troilo, Goyeneche, Manzi, Fiorentino, Salgán... Ellos también cantaban y componían tangos, buenos tangos... Aprovecha la volada. Nadie escribe sobre ellos. Sería novedoso, los demás te copiarían, lo cual te vendría bien para alzarte con unos mangos extras por medio de algún abogado piola que los acusara de plagio... ¿Me lo podes autografiar, por favor? -rematé acercándole el libro.

-Después de todo lo que me dijiste, querés que te lo firme...

-Y si... Hoy en día las boludeces se venden bien, y autografiadas mucho mejor.

-¿Vos sabés la importancia que tuvo Mi noche triste cantada por el Mudo?... -me preguntó como si no me hubiese oído, mientras lo firmaba.

No le contesté. Terminé el café de un trago, cacé el libro ya firmado y con un saludo de mano me fui. ¿Qué sentido tenía quedarme? ¿Qué sentido tenía quedarme para que me repitiera lo de Mi noche triste, Toulouse, Medellín, las películas...?!


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